XV Asamblea General Ordinaria "Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional".


XV Asamblea General Ordinaria
"Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional".
 


Fragmentos documento final del Sínodo de los Jóvenes que puede ofrecer recursos para trabajarlos con las familias.



FAMILIA Y RELACIONES ENTRE GENERACIONES




La familia punto de referencia privilegiado

32.             La familia sigue siendo el principal punto de referencia para los jóvenes. Los hijos aprecian el amor y el cuidado de los padres, dan importancia a los vínculos familiares y esperan lograr a su vez formar una familia. Sin duda el aumento de separaciones, divorcios, segundas uniones y familias monoparentales puede causar en los jóvenes grandes sufrimientos y crisis de identidad. A veces deben hacerse cargo de responsabilidades desproporcionadas para su edad, que les obligan a ser adultos antes de tiempo. Los abuelos con frecuencia son una ayuda decisiva en el afecto y la educación religiosa: con su sabiduría son un eslabón decisivo en la relación entre generaciones.

La importancia de la maternidad y la paternidad

33.             Madres y padres tienen roles distintos pero igualmente importantes como puntos de referencia a la hora de formar a los hijos y transmitirles la fe. La figura materna sigue teniendo un papel que los jóvenes consideran esencial para su crecimiento, aunque no esté suficientemente reconocido bajo el perfil cultural, político y laboral. Muchos padres desempeñan su papel con dedicación, pero no podemos esconder que, en algunos contextos, la figura paterna resulta ausente o evanescente, y en otros opresiva o autoritaria. Estas ambigüedades también se reflejan en el ejercicio de la paternidad espiritual.

Las relaciones entre las generaciones

34.             El Sínodo reconoce la dedicación de muchos padres y educadores que se empeñan a fondo en la transmisión de los valores, a pesar de las dificultades del contexto cultural. En varias regiones, el papel de los ancianos y la reverencia hacia los antepasados son una de las bases de la educación y contribuyen en gran medida a la formación de la identidad personal. La familia ampliada —que en algunas culturas es la familia en sentido estricto— también juega un papel importante. Algunos jóvenes, sin embargo, sienten las tradiciones familiares como oprimentes y huyen de ellas impulsados por una cultura globalizada que a veces los deja sin puntos de referencia. En otras partes del mundo, en cambio, entre jóvenes y adultos no se da un verdadero conflicto generacional, sino una extrañeza mutua. A veces los adultos no tratan de transmitir los valores fundamentales de la existencia o no lo logran, o bien asumen estilos juveniles, invirtiendo la relación entre generaciones. De este modo, se corre el riesgo de que la relación entre jóvenes y adultos permanezca en el plano afectivo, sin tocar la dimensión educativa y cultural.

Jóvenes y raíces culturales

35.             Los jóvenes están proyectados hacia el futuro y afrontan la vida con energía y dinamismo. Sin embargo, tienen la tentación de concentrarse en gozar del presente y a veces suelen prestar poca atención a la memoria del pasado del que provienen, en particular a los numerosos dones que les han transmitido sus padres y abuelos, al bagaje cultural de la sociedad en la que viven. Ayudar a los jóvenes a descubrir la riqueza viva del pasado, haciendo memoria y sirviéndose de este para las propias decisiones y posibilidades, es un verdadero acto de amor hacia ellos, en vista de su crecimiento y de las decisiones que deberán tomar.

Amistad y relaciones entre pares

36.             Además de las relaciones entre generaciones no hay que olvidar las relaciones entre coetáneos, que representan una experiencia fundamental de interacción y de progresiva emancipación del contexto familiar de origen. La amistad y las relaciones, a menudo también en grupos más o menos estructurados, ofrece la oportunidad de reforzar competencias sociales y relacionales en un contexto en el que no se evalúa ni se juzga a la persona. La experiencia de grupo constituye a su vez un recurso para compartir la fe y para ayudarse mutuamente en el testimonio. Los jóvenes son capaces de guiar a otros jóvenes y de vivir un verdadero apostolado entre sus amigos.

CUERPO Y AFECTIVIDAD


Cambios en curso

37.             Los jóvenes reconocen que el cuerpo y la sexualidad tienen una importancia esencial para su vida y en el camino de crecimiento de su identidad, ya que son imprescindibles para vivir la amistad y la afectividad. En el mundo contemporáneo, sin embargo, se observan fenómenos en rápida evolución al respecto. Ante todo, los avances de las ciencias y de las tecnologías biomédicas inciden sobre la percepción del cuerpo, induciendo a la idea de que se puede modificar sin límite. La capacidad de intervenir sobre el ADN, la posibilidad de insertar elementos artificiales en el organismo (cyborg) y el desarrollo de las neurociencias constituyen un gran recurso, pero al mismo tiempo plantean interrogantes antropológicos y éticos. Una adopción acrítica del enfoque tecnocrático respecto al cuerpo debilita la conciencia de la vida como don y el sentido del límite de la criatura, que puede desencaminarse o ser instrumentalizada por dinamismos económicos y políticos (cf. Francisco, Laudato si’, 106).

Además en algunos contextos juveniles se difunde un cierto atractivo por comportamientos de riesgo como instrumento para explorarse a sí mismos, buscando emociones fuertes y obtener un reconocimiento. Junto a fenómenos antiguos que permanecen, como la sexualidad precoz, la promiscuidad, el turismo sexual, el culto exagerado del aspecto físico, hoy se constata una gran difusión de la pornografía digital y la exhibición del propio cuerpo en la red. Estos fenómenos, a los que están expuestas las nuevas generaciones, constituyen un obstáculo para una maduración serena. Indican dinámicas sociales inéditas, que influyen en las experiencias y las decisiones personales, que son así el terreno para una especie de colonización ideológica.

La recepción de las enseñanzas morales de la Iglesia

38.             Este es el contexto en el que las familias cristianas y las comunidades eclesiales procuran que los jóvenes descubran la sexualidad como un gran don habitado por el Misterio, para vivir las relaciones según la lógica del Evangelio. No siempre logran, sin embargo, traducir este deseo en una educación afectiva y sexual adecuada, que no se limite a intervenciones esporádicas y ocasionales. Donde se ha decidido adoptar realmente esta educación como propuesta, se observan resultados positivos que ayudan a los jóvenes a comprender la relación entre su adhesión de fe a Jesucristo y el modo de vivir la afectividad y las relaciones interpersonales. Tales resultados, que son un motivo de esperanza, requieren invertir más energías eclesiales en este campo.

Las preguntas de los jóvenes

39.             La Iglesia tiene una rica tradición sobre la que construye y propone su enseñanza acerca de esta materia: por ejemplo, el Catecismo de la Iglesia Católica, la teología del cuerpo desarrollada por san Juan Pablo II, la Encíclica Deus caritas est de Benedicto XVI y la Exhortación apostólica Amoris laetitia de Francisco. Sin embargo, los jóvenes, incluso los que conocen y viven esta enseñanza, expresan el deseo de recibir de la Iglesia una palabra clara, humana y empática. En efecto, con frecuencia la moral sexual es causa de incomprensión y de alejamiento de la Iglesia, ya que se percibe como un espacio de juicio y de condena. Frente a los cambios sociales y de los modos de vivir la afectividad y la multiplicidad de perspectivas éticas, los jóvenes se muestran sensibles al valor de la autenticidad y de la entrega, pero a menudo se encuentran desorientados. Expresan, en particular, un explícito deseo de confrontarse sobre las cuestiones relativas a la diferencia entre identidad masculina y femenina, a la reciprocidad entre hombres y mujeres, y a la homosexualidad.

FORMAS DE VULNERABILIDAD

El mundo del trabajo

40.             El mundo del trabajo sigue siendo un ámbito en el que los jóvenes expresan su creatividad y la capacidad de innovar. Al mismo tiempo, experimentan formas de exclusión y marginación. La primera y la más grave es el desempleo juvenil, que en algunos países alcanza niveles exorbitados. Además de empobrecerlos, la falta de trabajo cercena en los jóvenes la capacidad de soñar y de esperar, y los priva de la posibilidad de contribuir al desarrollo de la sociedad. En muchos países esta situación se debe a que algunas franjas de población juvenil se encuentran desprovistas de las capacidades profesionales adecuadas, también debido a las deficiencias del sistema educativo y formativo. Con frecuencia la precariedad ocupacional que aflige a los jóvenes responde a la explotación laboral por intereses económicos.

Violencia y persecuciones

41.             Muchos jóvenes viven en contextos de guerra y padecen la violencia en una innumerable variedad de formas: secuestros, extorsiones, crimen organizado, trata de seres humanos, esclavitud y explotación sexual, estupros de guerra, etc. A otros jóvenes, a causa de su fe, les cuesta encontrar un lugar en sus sociedades y son víctimas de diversos tipos de persecuciones, e incluso la muerte. Son muchos los jóvenes que, por constricción o falta de alternativas, viven perpetrando delitos y violencias: niños  soldado, bandas armadas y criminales, tráfico de droga, terrorismo, etc. Esta violencia trunca muchas vidas jóvenes. Abusos y adicciones, así como violencia y comportamientos negativos son algunas de las razones que llevan a los jóvenes a la cárcel, con una especial incidencia en algunos grupos étnicos y sociales. Todas estas situaciones plantean preguntas e interpelan a la Iglesia.

Marginación y malestar social

42.             Son todavía más numerosos en el mundo los jóvenes que padecen formas de marginación y exclusión social por razones religiosas, étnicas o económicas. Recordamos la difícil situación de adolescentes y jóvenes que quedan embarazadas y la plaga del aborto, así como la difusión del VIH, las varias formas de adicción (drogas, juegos de azar, pornografía, etc.) y la situación de los niños y jóvenes de la calle, que no tienen casa ni familia ni recursos económicos; merecen una atención especial los jóvenes presos. Varias intervenciones pusieron de relieve la necesidad de que la Iglesia valorice las capacidades de los jóvenes excluidos y lo que pueden aportar a las comunidades. La Iglesia quiere ponerse decididamente de su parte, acompañándoles a lo largo de itinerarios que le ayuden a recuperar su propia dignidad y un papel en la construcción del bien común.

La experiencia del sufrimiento

43.             Contrariamente a un estereotipo generalizado, el mundo juvenil también está profundamente marcado por la experiencia de la vulnerabilidad, de la discapacidad, de la enfermedad y del dolor. En muchos países crecen, sobre todo entre los jóvenes, las formas de malestar psicológico, depresión, enfermedad mental y desórdenes alimentarios, vinculados a experiencias de infelicidad profunda o a la incapacidad de encontrar su lugar en la sociedad; por último, no hay que olvidar el trágico fenómeno de los suicidios. Los jóvenes que viven estas diversas condiciones de malestar y sus familias cuentan con el apoyo de las comunidades cristianas, aunque no siempre tienen los medios adecuados para acogerlos.

El recurso valioso de la vulnerabilidad

44.             Muchas de estas situaciones son producto de la “cultura del descarte”: los jóvenes son sus primeras víctimas. Sin embargo, esta cultura puede impregnar tanto a los jóvenes como a las comunidades cristianas y a sus responsables, contribuyendo de este modo a la degradación humana, social y medioambiental que aflige nuestro mundo. Para la Iglesia se trata de una llamada a la conversión, a la solidaridad y a una renovada acción educativa, para hacerse presente de modo particular en estos contextos de dificultad. Los jóvenes que viven en estas situaciones también tienen recursos valiosos que compartir con la comunidad y nos enseñan a afrontar el límite, ayudándonos a crecer en humanidad. Es inagotable la creatividad con la que la comunidad animada por la alegría del Evangelio puede llegar a ser una alternativa al malestar y a las situaciones de dificultad. De este modo la sociedad puede hacer experiencia de que la piedra que desecharon los arquitectos puede convertirse en piedra angular (cf. Sal 118,22; Lc 20,17; Hch 4,11; 1 P2,4).

LLEGAR A SER ADULTOS

La edad de elegir

68.             La juventud es una fase de la vida que debe terminar, para dejar espacio a la edad adulta. Este paso no tiene lugar de modo puramente anagráfico, sino que implica un camino de maduración, que no siempre se ve facilitado por el ambiente en el que viven los jóvenes. En muchas regiones, en efecto, se ha difundido una cultura de lo provisional que favorece una prolongación indefinida de la adolescencia y el aplazamiento de las decisiones; el miedo a lo definitivo genera así una especie de parálisis en la toma de decisiones. La juventud, sin embargo, no puede ser un tiempo en suspenso: es la edad de las decisiones y precisamente en esto consiste su atractivo y su mayor cometido. Los jóvenes toman decisiones en ámbito profesional, social, político, y otras más radicales que darán una configuración determinante a su existencia. A propósito de estas últimas se habla precisamente de “decisiones para la vida”: y efectivamente es la vida misma, en su singularidad irrepetible, la que recibe su orientación definitiva.

La existencia bajo el signo de la misión

69.             El papa Francisco invita a los jóvenes a pensar la propia vida en el horizonte de la misión: «Muchas veces, en la vida, perdemos tiempo preguntándonos: “Pero, ¿quién soy yo?”. Y tú puedes preguntarte quién eres y pasar toda una vida buscando quién eres. Pero pregúntate: “¿Para quién soy yo?”». (Discurso en la Vigilia de oración en preparación para la Jornada Mundial de la Juventud, Basílica de Santa María la Mayor, 8 abril 2017). Esta afirmación ilumina de modo profundo las decisiones sobre la vida, porque recuerda que hay que asumirlas en el horizonte liberador de la entrega de uno mismo. ¡Este es el único camino para alcanzar una felicidad auténtica y duradera! Efectivamente, «la misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo» (Francisco, Evangelii gaudium, 273).

Una pedagogía capaz de interpelar

70.             La misión es una brújula segura para el camino de la vida, pero no es un “GPS”, que muestra por adelantado todo el recorrido. La libertad siempre conlleva una dimensión de riesgo que hay que valorizar con decisión y acompañar con gradualidad y sabiduría. Muchas páginas del Evangelio nos muestran a Jesús que invita a atreverse, a ir mar adentro, a pasar de la lógica de la observancia de los preceptos a la lógica del don generoso e incondicional, sin esconder la exigencia de cargar consigo la propia cruz (cf. Mt 16,24). Es radical: «Él lo da todo y pide todo: da un amor total y pide un corazón indiviso» (Francisco, Homilía, 14 octubre 2018). Evitando despertar falsas ilusiones en los jóvenes con propuestas reducidas al mínimo o sofocarlos con un conjunto de reglas que dan una imagen estrecha y moralista del cristianismo, estamos llamados a invertir en su audacia y a educarlos para que asuman sus responsabilidades, seguros de que incluso el error, el fracaso y las crisis son experiencias que pueden fortalecer su humanidad.

El verdadero sentido de la autoridad

71.             Para cumplir un verdadero camino de maduración los jóvenes necesitan a adultos con autoridad. En su significado etimológico la auctoritas indica la capacidad de hacer crecer; no expresa la idea de un poder directivo, sino de una verdadera fuerza generadora. Cuando Jesús se encontraba con los jóvenes, en cualquier estado y condición que estuvieran, también cuando estaban muertos, de un modo u otro les decía: “¡Levántate! ¡Crece!”; y su palabra realizaba lo que decía (cf. Mc 5,41; Lc 7,14). En el hecho de la curación del epiléptico endemoniado (cf. Mc 9,14-29), que evoca tantas formas de alienación de los jóvenes de hoy, queda claro que Jesús no le estrecha la mano para quitarle la libertad sino para activarla, para liberarla. Jesús ejerce plenamente su autoridad, sin ser posesivo, ni ejercer manipulación ni seducción: lo único que quiere es que el joven crezca.

El vínculo con la familia

72.             La familia es la primera comunidad de fe en la que, a pesar de los límites y carencias, el joven experimenta el amor de Dios y comienza a discernir su propia vocación. Los Sínodos anteriores, y la sucesiva Exhortación apostólica Amoris laetitia, no cesan de resaltar que la familia, como Iglesia doméstica, tiene el cometido de vivir la alegría del Evangelio en la vida cotidiana y hacer partícipe de esta a todos los miembros según su condición, a la vez que permanece abierta a la dimensión vocacional y misionera.

Sin embargo, las familias no siempre educan a los hijos a mirar hacia el futuro con una lógica vocacional. A veces la búsqueda de prestigio social o del éxito personal, la ambición de los padres o la tendencia a determinar las elecciones de los hijos invaden el espacio del discernimiento y condicionan sus decisiones. El Sínodo reconoce la necesidad de ayudar a las familias a asumir de modo más claro una concepción de la vida como vocación. El relato evangélico de Jesús adolescente (cf. Lc 2,41-52), sumiso a sus padres pero capaz de separarse de ellos para ocuparse de las cosas del Padre, es un valioso ejemplo que arroja luz para vivir de modo evangélico las relaciones familiares.

VOCACIÓN Y VOCACIONES

Vocación y misión de la Iglesia

84.             No es posible entender en plenitud el significado de la vocación bautismal si no se considera que esta es para todos, sin excluir a nadie, una llamada a la santidad. Esta llamada implica necesariamente la invitación en participar a la misión  de la Iglesia, que tiene como finalidad fundamental la comunión con Dios y entre todas las personas. Las vocaciones eclesiales, en efecto, son expresiones múltiples y articuladas mediante las que la Iglesia realiza su llamada a ser signo real del Evangelio acogido en una comunidad fraterna. Las diversas formas de seguimiento de Cristo expresan, cada una de un modo propio, la misión de testimoniar el acontecimiento de Jesús, en el que todo hombre y toda mujer encuentran la salvación.

La variedad de los carismas

85.             San Pablo habla repetidas veces en sus cartas de este tema, recordando la imagen de la Iglesia como cuerpo constituido por varios miembros y poniendo de relieve que cada miembro es necesario, y al mismo tiempo relativo al conjunto, ya que solo la unidad de todos hace que el cuerpo sea vivo y armónico. El apóstol descubre el origen de esta comunión en el mismo misterio de la Santísima Trinidad: «Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos» (1 Co 12,4-6). El Concilio Vaticano II y el magisterio sucesivo dan indicaciones importantes para elaborar una correcta teología de los carismas y de los ministerios en la Iglesia, a fin de acoger con reconocimiento y valorizar con sabiduría los dones de gracia que el Espíritu continuamente hace surgir en la Iglesia para rejuvenecerla.

Profesión y vocación

86.             Muchos jóvenes viven la orientación profesional en un horizonte vocacional. No es raro que se rechacen propuestas de trabajo atractivas porque no están en línea con los valores cristianos, y la elección de los itinerarios formativos se hace preguntándose cómo sacar fruto de los talentos personales al servicio del Reino de Dios. Para muchos el trabajo es ocasión para reconocer y valorar los dones recibidos: de este modo, hombres y mujeres participan activamente en el misterio trinitario de la creación, redención y santificación.

La familia

87.             Las dos recientes Asambleas sinodales sobre la familia, a las que siguió la Exhortación apostólica Amoris Laetitia, ofrecieron una rica contribución sobre la vocación de la familia en la Iglesia y la aportación insustituible que las familias están llamadas a dar como testimonio del Evangelio mediante el amor recíproco, la procreación y la educación de los hijos. Hay que volver a la riqueza que presentan los recientes documentos, a la vez que hay que recordar la importancia de retomar el mensaje para descubrir de nuevo y hacer comprensible a los jóvenes la belleza de la vocación nupcial.

La vida consagrada

88.             El don de la vida consagrada que el Espíritu suscita en la Iglesia, tanto en su forma contemplativa como en su forma activa, tiene un especial valor profético, ya que es testimonio gozoso de la gratuidad del amor. Cuando las comunidades religiosas y las nuevas fundaciones viven auténticamente la fraternidad se convierten en escuelas de comunión, centros de oración y de contemplación, lugares de testimonio de diálogo intergeneracional e intercultural y espacios para la evangelización y la caridad. La misión de muchos consagrados y consagradas que cuidan de los últimos en las periferias del mundo manifiesta concretamente la dedicación de una Iglesia en salida. Pese a que en algunas regiones se experimente una disminución numérica y la fatiga del envejecimiento, la vida consagrada sigue siendo fecunda y creativa, en corresponsabilidad con numerosos laicos que comparten el Espíritu y la misión de los diversos carismas. La Iglesia y el mundo no pueden prescindir de este don vocacional, que constituye un gran recurso para nuestro tiempo.

El ministerio ordenado

89.             La Iglesia ha tenido siempre un cuidado especial por las vocaciones al ministerio ordenado, consciente de que este último es un elemento constitutivo de su identidad y es necesario para la vida cristiana. Por esta razón ha cultivado siempre una atención específica a la formación y al acompañamiento de los candidatos al presbiterado. La preocupación de muchas Iglesias por la disminución numérica de vocaciones al ministerio ordenado hace que sea necesaria una nueva reflexión sobre la vocación y sobre una pastoral vocacional que sepa mostrar el atractivo de la persona de Jesús y de su llamada a ser pastores de su rebaño. También la vocación al diaconado permanente requiere mayor atención, porque constituye un recurso del que todavía no se han desarrollado todas las potencialidades.

La condición de los “single”

90.             El Sínodo ha reflexionado acerca de la condición de las personas “single”, reconociendo que con este término se pueden indicar situaciones de vida muy diversas entre ellas. Tal situación puede depender de muchas razones, voluntarias o involuntarias, y de factores culturales, religiosos y sociales. Por tanto, puede expresar una gama de recorridos muy amplia. La Iglesia reconoce que tal condición, asumida en una lógica de fe y de don, puede convertirse en uno de los muchos caminos mediante los que se realiza la gracia del Bautismo y se camina hacia la santidad a la que todos estamos llamados.


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